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Por Raúl Asambloc.
Hace
veinte años se derrumbaba el Muro de Berlín. Las cámaras
de televisión occidentales se regocijaban viendo a los alemanes del
Este cruzando en sus viejos autos Trabant con cara de asombro como si lo
que veían en el Oeste fuera el paraíso. Helmut Khol, Primer
Ministro de la Alemania Federal se burló de ellos. Les regalaba marcos
y mercadería, para que compararan el progreso al que ellos no habían
podido acceder por culpa del socialismo.
Veinte años después, muy poco queda de la República
Democrática Alemana. Durante dos décadas Occidente se encargó
no solo de la unificación de los dos estados en que se había
dividido los restos del país de Hitler tras la Segunda Guerra Mundial
sino que además se buscó borrar de la memoria una experiencia
que aún dentro del socialismo real había mostrado que se podían
alcanzar altos estándares de vida intelectual, social, deportiva
y científica sin la necesidad de la explotación del hombre
por el hombre.
El derrumbe del muro que dividía la ciudad berlinesa era el símbolo
de guerra fría entre las superpotencias en un mundo eminentemente
bi-polar. Las república Democrática y Federal representaban
no solo dos mundos sino la avanzada propagandística contra el otro
sistema. Por ello, las metrópolis imperiales (Washington y Moscú)
procuraban que esa vidriera fuera la mejor atendida.
De ese día queda solo el recuerdo, porque luego los del Este empezaron
a conocer cosas que tampoco habían visto. No solo les faltaba ver
lujosas vidrieras y grandes shoppings, sino que además sufrirían
las consecuencias directas de una sociedad competitiva: la desigualdad de
clases, ganadores y muchos perderores, la desocupación, el sentido
de lo utilitario aún en el ser humano y otros menesteres. Los cabezas
rapadas, hijos de esa generación que vió lo último
de la etapa soviética, conoció lo peor del capitalismo: la
imposibilidad de acceder a una vivienda digna o una educación universitaria,
a menos que se tenga mucho dinero.
En la actualidad, las diferencias se notan mucho más. Los pocos profesionales
del Este que aún quedan es gracias a su educación soviética.
Las nuevas generaciones derivan en los puestos de servicios. Los del Oeste,
en cambio, son dueños de fábricas que compraron a precio de
remate cuando unificaron las economías. En lo cultural se barrió
literalmente con los artistas y creaciones de la época fría
hecha detrás de la cortina.
Algunas fechas dejan muy poco para celebrar.
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NOVIEMBRE 2009-11-15
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