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Expresiones
del
Grupo
de Reflexión Rural.
BUENOS AIRES.- El Grupo de Reflexión Rural, que fue uno de los primeros que en gran soledad denunció desde hace años el pernicioso modelo sojero del que ahora todos nos damos cuenta, dió a conocer una carta a la opinión pública, que reproducimos textualmente a continuación:
UNA
CARTA ABIERTA DESDE LA TIERRA
Agobiados
por la angustia de estos últimos 100 días
transcurridos desde que comenzara la llamada Crisis del campo, y, con el
espíritu de no continuar este riesgoso camino de enfrentamientos
suicidas, el GRR se dirige a todos aquellos ciudadanos que se sienten rehenes
de un conflicto que los supera y que los ha puesto en la disyuntiva de optar
por hallar un
culpable o por tomar o crear un partido. Les proponemos compartir
una reflexión que nos ayude, no solo a entender el presente, sino
especialmente, a tomar conciencia del futuro inmediato.
Las evidencias técnicas de las últimas década indican
que al ritmo del crecimiento de la agricultura actual, en apenas una generación
NOS QUEDAREMOS SIN TIERRAS AGRÍCOLAS, es decir, con suelos INCAPACITADOS
DE SEGUIR PRODUCIENDO ALIMENTOS EN CALIDAD Y CANTIDAD PARA NUESTRO PUEBLO.
Pese a que las cifras de las
empresas de agronegocios y el gobierno nacional, nos propone este camino
como una oportunidad histórica, lo que NO están diciendo,
en medio de una Crisis que oculta la reconfiguración de las dependencias
argentinas a los mercados globales, es que
este crecimiento económico está siendo subsidiado fuertemente
con la FERTILIDAD de las tierras agrícolas argentinas.
Uno de los problemas más difíciles para los ciudadanos suele
ser visualizar el suelo, o sea la tierra agrícola, como un ecosistema.
Cuando hablamos de ecosistema, inmediatamente nos imaginamos un bosque.
En la Patagonia, por ejemplo, la
naturaleza es buscada en los Parques Nacionales, en los bosques que rodean
los lagos, como si la estepa con sus coirones y neneos, fuera irrelevante.
Es difícil a veces demostrar que un pastizal es un ecosistema aunque
sea el paisaje más conocido por
la mayor parte de los argentinos. Un bosque, en cambio, es percibido por
el común de la gente, sin mayor esfuerzo, como un ecosistema. Remarcar
esto es muy importante, porque aquello que
atenta contra el "bosque", al ser el bosque visualizado como ecosistema
por los ciudadanos, es rápidamente identificado como una amenaza
hacia el patrimonio de todos. Ante el avance de la frontera agropecuaria,
muchos habitantes urbanos "sienten" que
están desmontándose "sus" bosques chaqueños,
y que están destruyéndose "sus" ecosistemas. Al
reconocer el bosque como un ecosistema, nos "duele" el desmonte,
nos "duele" la tala de un quebracho o de un algarrobo. El ciudadano
común suele percibir
al bosque como un patrimonio "suyo". Pero no como un "suyo"
mezquino, sino como un "suyo" social y común a todos y
por lo tanto, se experimenta el desmonte como algo amoral o delictivo.
Lo cierto es que la tierra agrícola (o suelo), al igual que el bosque,
también es un ecosistema, con elementos bióticos y abióticos,
con flujos de materia y energía, con miles de pequeños organismos
vivos productores y consumidores, con estratos, con biodiversidad, con riqueza:
podríamos resumir por
analogía "la tierra o suelo es un caso particular de
bosque"(ecosistema). Es fácil visualizar los efectos de una
fumigación, una pala mecánica o una motosierra sobre un bosque,
pero no es tan fácil advertir los daños que la agricultura
produce dentro de la tierra, sencillamente porque no podemos percibirlos,
no podemos "verlos" a simple vista.
Es fácil entonces, visualizar el desmonte, pero no lo es tanto, la
pérdida de diversidad biológica de la tierra agrícola.
Podemos entender que el desmonte constituye una "pérdida de
hábitat" para las especies silvestres, y nos ponemos tristes
cuando desaparecen los Yaguaretés y los Tatú carreta. Son
mamíferos, y por su similitud con nosotros o por su aspecto simpático
o enternecedor, podemos conectarnos mejor con ellos.
Pero nos resulta casi imposible comprender la importancia que los microorganismos
terrestres o acuáticos o los insectos tienen para nuestras vidas.
A veces, hasta nos resultan desagradables,
porque no sabemos de sus beneficios. Siguiendo nuestra analogía de
la tierra con el bosque, podemos afirmar que la agricultura industrial en
realidad, está generando una "pérdida de hábitat"
para los organismos de la tierra agrícola, que son a su vez,
los encargados de fabricarla. Si desaparecen los organismos que la fabrican,
nos quedaremos con tierras mucho más pobres.
Perderemos el ecosistema, porque perdemos a los organismos que lo generan.
Si entendemos que la tierra es un "sistema viviente", por consecuencia,
vamos a experimentar la pérdida de lombrices, por ejemplo, como un
crimen. Cuando nos manifestamos a favor del "salvemos a las ballenas",
deberíamos reclamar aun mucho más
todavía, "salvemos a las lombrices o salvemos a
los
microorganismos del suelo. Si podemos comprender que la tala de quebrachos
es una actividad de extracción "minera", entonces entenderemos
también, que la devastadora extracción de fósforo y
de nutrientes, junto a la silenciosa pero implacable devastación
de la vida contenida en los suelos, llevada a cabo por las actuales prácticas
agrícolas industriales, es igualmente dañina para la tierra,
tal como lo son las minas de la Alumbrera en
Catamarca o las que amenazan con poner en marcha en el resto del noroeste
y la cordillera de los Andes.
Si comprendemos los "servicios ambientales" que brinda el bosque,
tales como la producción de oxígeno, la mitigación
del clima y de los picos de inundación, la conservación de
la biodiversidad,
la retención de carbono, la producción de alimentos, fibras
y otros bienes, etc., etc., podremos comprender asimismo, los "servicios
ambientales" que brinda la tierra, en los mismos términos. Es
decir, la idea de desmontar el Amazonas nos produce pavor, en parte porque
existe una cierta idea de que el planeta
entero depende de masas boscosas como la selva amazónica. La humanidad,
estaría en serio riesgo si avanzara el desmonte del Amazonas, tal
como pareciera intentar el afán progresista del
gobierno brasileño. Pero la tierra agrícola como ecosistema
que se está degradando aceleradamente, debería generarnos
la misma o mayor conmoción. La humanidad está en grave peligro
si se pierden
las características ecosistémicas de los suelos. La
fertilización química no es jamás, un sustituto del
ecosistema perdido, como la forestación con pinos y eucaliptos no
es un sustituto de la selva perdida. Destruir el ECOSISTEMA SUELO,
resulta tan nocivo para la humanidad, como destruir el ECOSISTEMA SELVA
AMAZÓNICA.
Esta aproximación al tema rural, que proponemos, nos exime de seguir
la línea argumental del Sistema de Mercado, es decir, de las explicaciones
económicas habituales. Sólo con las explicaciones económicas,
no es suficiente para tomar plena conciencia del grave peligro en que se
encuentra la sociedad
nacional. Las explicaciones y disputas económicas actuales son incompletas
en sí mismas, porque ni las estadísticas ni los triunfos bursátiles
reflejan estas consecuencias. Tampoco ofrecen salida, pues apuntan a la
mera obtención de rentabilidades. Este sistema carece de todo porvenir.
Los tiempos de la naturaleza, los tiempos biológicos del ecosistema
tierra agrícola, no tienen nada que ver con los tiempos de los
agronegocios, tiempos cada vez más cortos de producción, compra,
uso y desechado de los materiales, tiempos acelerados a expensas
de los ecosistemas agrícolas y de abuso irracional de la energía.
Tampoco, los tiempos ecológicos se ajustan a los tiempos políticos,
apremiados siempre por las futuras elecciones, incapacitados para generar
proyectos nacionales, enceguecidos por los mitos del crecimiento sin límites...
Tal vez, nos pueda dar la clave para una correcta lectura de lo por venir,
lograr entender lo que pasa en esa humilde maceta que tenemos en
nuestro balcón, y cuya tierra por falta de cuidados, se apelmaza
irremediablemente.
Con las lógicas del mercado seguiremos naufragando en el remolino
de viejas discusiones retóricas. Hay que despegarse de los discursos
que convocan a la "nueva derecha", a la nueva izquierda
y a cualquier otro intento de hacer más de lo mismo, aunque venga
con maquillaje verde. Hay que prepararse para
encarar un futuro SIN CRECIMIENTO ECONÓMICO, y con desarrollos humanos
acordes a lógicas ecosistémicas. Es imperativo comenzar
a pensar en términos de una economía de escala local, de recuperar
el Estado y la Soberanía Alimentaria a partir de los municipios.
Debemos prepararnos para afrontar un futuro sin petróleo, y en especial,
una agricultura sin aportes químicos, regida por LAS LEYES Y LOS
TIEMPOS DE LA NATURALEZA. Sabemos que eso es posible y también sabemos
que es la alternativa para que las futuras generaciones puedan tener una
posibilidad de vida
digna. En este sentido, debemos defender la idea de que el DECRECIMIENTO
ECONÓMICO es porvenir y vida posible, y que lo que ahora nos proponen
no tiene destino. Recuperemos el valor de uso del ecosistema tierra y de
los bienes que obtengamos de ese
ecosistema, abandonando el valor de cambio, impuesto por la globalización
económica del capital, que solo mide la ganancia en el tonelaje destinado
a mercados anónimos e insaciables.
Dotemos de nuevos contenidos filosóficos al término "valor.
Será, en todo caso, el "valor del ecosistema tierra del que
formamos parte", no solo como una mera extensión del "valor
de la vida", en sentido ontológico, sino también como
"valor" de
supervivencia de la especie humana, en inevitable
interdependencia ecológica con la tierra. Eso no tiene precio.
O quizá, ése sea, el precio de nuestro futuro.
RECORDEMOS QUE EL SUELO ES PATRIMONIO DE TODOS, TAMBIEN DE QUIENES AUN NO
HAN NACIDO. NO ES UN RECURSO A SER EXPLOTADO
PARA OBTENER MAYORES RINDES Y CONCENTRACIÓN DE GANANCIAS.
GRR Grupo de Reflexión Rural
www.grr.org.ar Junio de 2008